Facultad de Letras (Universidad de Coimbra)
(Mayo de 2009)
Dra. Ana Tamarit Rodríguez
Agradezco a la Facultad de Letras de la Universidad el haberme invitado para compartir con todos vosotros algunas de las claves que dominan la prensa regional o, si me lo permiten, el periodismo regional.
Es posible que a estas alturas os haya sorprendido el título que he elegido para esta conferencia: Las mentiras y verdades del periodismo regional. ¿Cómo se construyen las mentiras dentro de la información? ¿Cómo se puede mentir haciendo un periodismo próximo y cercano que, se supone, favorece y ayuda al desarrollo de cualquier comunidad? O en realidad hablamos de ¿una prensa de segunda categoría y por lo tanto condenada al fracaso y catapultada por tanta dosis de globalización?
Os planteo estas interrogantes con la finalidad de poder dar una respuesta a lo largo de mi intervención. Pero os advierto, los datos y reflexiones que os voy a exponer no invitan precisamente al entusiasmo. Es más, invitan al pesimismo de la razón.
¿Por qué ejercemos el periodismo?
La tarea de periodista sólo se puede ejercer en un país que tenga libertades, donde las libertades se garanticen. Es decir, el periodismo es fruto de la democracia. Y se trata de una actividad que se realiza, primero conociendo, después contrastando y finalmente, contando. Y para ello se requiere tiempo. Conocer, no es algo fácil. Conocer lo que otro sabe con anterioridad no es una tarea rápida, sino que entraña una gran dificultad que es la de comprender.
Este proceso hay que aplicarlo ahora a la prensa regional.
¿Qué es la prensa regional?
A ¿qué nos referimos cuando hablamos de prensa local o regional?
Nos estamos refiriendo a un tipo de prensa, a medios de comunicación que tienen una cobertura limitada, cuyo ámbito de influencia se reduce a la provincia, o en todo caso, a la región en la que está ubicado el propio medio y cuyos contenidos, en su mayor parte, hacen referencia a cuestiones del entorno más próximo a sus públicos.
Por tanto, hablamos de una prensa diferente a la de ámbito nacional porque se dirige a públicos más reducidos, y un acceso a una cuota de mercado más pequeña. De ello se derivan menos ingresos y una influencia más reducida porque habitualmente está alejada de los verdaderos centros de poder.
La información regional, la próxima siempre interesará al ciudadano.
Lo expreso de una manera tajante, seguramente porque estoy convencida de lo que digo. Pero no soy la única.
MARCO TEÓRICO
Para poder entenderlo, vamos a centrarnos en la teoría que expone Giovanni Sartori sobre la formación de la opinión. Dice Sartori que el nexo entre opinión pública y democracia es constitutivo, es decir, la opinión pública es el fundamento sustantivo y operativo de la democracia.
En definitiva la opinión pública no es algo innato sino un conjunto de estados mentales difundidos que interactúan con flujos de información. La pregunta clave es: ¿cómo se forman las opiniones sobre la cosa pública? Los procesos de opinión suceden en orden, según tres modalidades: 1) un descenso en cascada de las elites. 2) una ebullición desde la base hacia arriba y 3) identificación con los grupos de referencia.
El modelo en cascada de las elites es un modelo de Kart Deutsch: en este modelo, los procesos de opinión se representan como el chorro de la cascada, cuyos altos son interrumpidos por embalses.
Los niveles de la cascada son cinco:
En lo alto está la fuente en la que circulan las ideas de las elites económicas y sociales,
seguida por aquella en la que se encuentran y chocan las elites políticas y de gobierno.
El tercer nivel está constituido por la red de comunicación masiva y, en buena medida, por el personal que transmite y difunde los mensajes.
Un cuarto nivel está dado por los líderes de opinión a nivel local, es decir, por aquel 5 o 10 por ciento de la población que verdaderamente se interesa en la política, que está atento a los mensajes de los medios y que es determinante en la formación de la opinión de los grupos con los que los líderes de opinión interactúan.
Todos ellos confluyen con el embalse del público, de la masa.
El punto central del modelo es la mezcla continúa.
En el interior de cada embalse, las opiniones y los intereses son discordantes y los canales de comunicación son múltiples. Cuando se afirma que en las democracias el público se forma una opinión propia de la cosa pública, no significa que el público hace todo por sí mismo y por sí solo. Sabemos que hay “influyentes e influidos”, que los procesos de opinión van de los primeros a los segundos, y que en el origen de las opiniones difundidas hay siempre pequeños núcleos de difusores.
El punto es que la difusión de las influencias formadoras de opinión no es casual ni lineal. Partimos del nivel de la clase política; no porque ésta sea la primera y verdadera fragua de opiniones, sino porque la opinión pública se caracteriza como tal (recordémoslo) en relación con lo que dicen y hacen los políticos.
De la multiplicidad de partidos, y todavía más del conflicto interpartidista, surgen, entonces, innumerables voces contradictorias que llegan, en primera instancia, al personal de los medios.
Este personal no las retransmite tal cual. Como mínimo, cada canal de comunicación establece qué constituye o no una noticia, cada canal selecciona, simplifica o tal vez distorsiona, ciertamente interpreta.
En el siguiente nivel, los líderes locales de opinión desempeñan un papel no menos decisivo, porque ellos sirven de filtro y también de prisma a la comunicación de masas: pueden reforzarla, retransmitiendo los mensajes capilarmente; pero también pueden desviarla o distorsionarla. Aquí, en este nivel precisamente, se sitúa la información regional y local.
¿Qué aportan los medios regionales? ¿Cómo es la información?
No es oro todo lo que reluce. La prensa regional no es la panacea. Los medios de comunicación que existen en las provincias, no han escapado a los condicionantes que han marcado el desarrollo y evolución de los medios nacionales. Comparten algunas de las tendencias ya consolidadas en el país, pero poseen otros elementos diferenciadores que sitúan el panorama mediático e informativo local en un estadio diferente.
Estamos en condiciones de afirmar que la mayoría de los medios locales actúan como verdaderas plataformas políticas, no tanto por las buenas relaciones que mantienen periodistas y políticos, que las tienen, como por pura supervivencia, hasta el punto de enmascarar los objetivos del periodismo entendido como una profesión imprescindible para el sistema democrático.
Si en dicho sistema los medios de comunicación se legitiman a través del derecho que posee el ciudadano a estar informado y a comprender el mundo en que vive, podríamos confiar mucho más en aquellos medios de información que nos ofrecen la visión del entorno más próximo por varias razones:
porque es más fácil conocer las ideas, valores y normas que mantiene el grupo social.
porque a través del periodismo local se podría fomentar mayor reflexión sobre las cuestiones sociales y acometer retos de progreso ya que poseen condiciones técnicas para constituirse en foros públicos.
y porque, en definitiva, se aborda con mayor facilidad lo que se conoce a priori en espacios más reducidos y cercanos.
Sin embargo, la realidad se empeña en demostrar lo contrario a estas expectativas.
Los contenidos
Sin que pueda parecer una disculpa, las rutinas profesionales de los periodistas y sus propias concepciones de la profesión se empeñan en demostrar que se ha dejado de ofrecer información y de hacer periodismo para realizar otra actividad más cercana a la propaganda, a la desinformación, al entretenimiento y al aviso de actividades y servicios
Existen dos características en los medios de comunicación de las provincias que condicionan la forma en la que se desempeña la actividad profesional:
la primera, que el periodismo local se desarrolla en empresas pequeñas, carentes de recursos, de capital humano y, frecuentemente, funcionan como delegaciones de los grandes grupos.
Las redacciones están compuestas por un escaso número de periodistas con distintos tipos de contratos y un abuso de los trabajadores eventuales, colaboradores y en prácticas (sobre todo en aquellas provincias donde existen facultades de Comunicación).
En la mayoría de las ocasiones los medios de comunicación mantienen una economía dependiente, basada en inversiones publicitarias e institucionales de los gobiernos locales y regionales.
La realidad se empeña, por tanto, en desmentir los elocuentes mensajes y la variedad de intenciones, sobre la pluralidad informativa y la importancia de lo local o regional y el fomento de la identidad de las provincias y regiones, dado que las políticas empresariales y la actitud de los periodistas derivan en serias consecuencias para la información y los mensajes que emiten y, a su vez, generan un determinado modelo de profesional y de periodismo:
Mientras se proyecta una imagen de desconfianza hacia los poderes públicos como seña de identidad del “buen periodismo” , la mayoría de las informaciones se sustentan en la información que los grupos políticos y económicos determinan. Mensajes alejados de la realidad social pero muy próximos a los intereses de las elites porque son las fuentes de acceso más fácil.
Conscientes de que la concentración empresarial siempre entraña un riesgo para el pluralismo, apremia en estos momentos un temor mayor: la falta de transparencia de los gobiernos locales en la concesión de subvenciones y ayudas a los medios de comunicación a través de la publicidad institucional. Un ocultismo que, desde las administraciones y desde los medios, parece aceptado; o, dicho de otro modo, una falta de transparencia porque ninguno lo hace público. Es fácil encontrar suplementos en los periódicos cuyo contenido está pagado por una administración concreta y realizado por los propios funcionarios pero que se muestra como información con idénticos formatos a los periodísticos.
Existe una homogeneidad y atonía de los contenidos expuestos como información.
Hay una alarmante concentración de fuentes informativas.
Estas consecuencias son claves para comprender la “ineficacia” de la información local actual, sobre todo en sociedades que pretenden conjugar lo global y lo local y en sociedades donde el proceso de construcción de identidades se ha hecho más complejo. Queda aún mucho camino por andar cuando partimos, en el ámbito local, de un modelo periodístico que poco o nada tiene que ver con la contribución al desarrollo social; más bien se trabaja un modelo que refuerza el rol de las elites que, a su vez, presionan a los medios y en el que el debate social brilla por su ausencia.
Los periodistas
Fijándonos en cómo trabajan los profesionales de la información local, cuáles son sus rutinas de trabajo, cuáles sus concepciones y objetivos profesionales y cómo se construye la opinión en las provincias, se puede definir el modelo de periodismo que desarrollan. El conjunto de los elementos que vamos a describir responde a un modelo de profesional neutro, orgánico y burocrático. Se muestra un alineamiento en la actividad periodística donde los contenidos informativos no se eligen tanto por criterios profesionales como por las agendas de los políticos.
Para sustentar esta afirmación nos basamos principalmente en una investigación realizada sobre los profesionales de Castilla y León; en concreto sobre los periodistas que elaboran diariamente contenidos de información general en los medios de comunicación de la región: prensa, radio y televisión. Han quedado excluidos aquellos medios con intereses diferentes a los comerciales y cuyos contenidos difieren de la información general (periódicos gratuitos, revistas especializadas y comarcales, emisoras de radio con programación musical, anuarios, productoras de vídeo y audiovisuales, agencias de publicidad y gabinetes de prensa). La técnica de investigación que se ha empleado ha sido la encuesta. En Junio de 2003 el universo era de 764 profesionales elaborando información local y cargos de responsabilidad. Se contestaron y analizaron 538 cuestionarios, lo que equivale a una tasa de respuesta del 70,4% (Tamarit, 2004)
Quiénes son?
La información está en manos de personas jóvenes. En el año 1997, en un estudio realizado por un grupo de investigadores sobre la prensa de las autonomías, se refleja que las plantillas de redactores no sobrepasan los 33 años de edad. Estudios más recientes reflejan que la media de edad no ha variado a pesar de haber transcurrido ocho años. Si tomamos como ejemplo el País Vasco y una de las comunidades autónomas con mayor número de medios, Castilla y León, encontramos lo siguiente: en Castilla y León la mitad de la población periodística tiene menos de 30 años y en el País Vasco una media de 33 (Cantalapiedra, Coca, Bezunartea, 2000).
Respecto al sexo: queda un ligero dominio del sexo masculino que alcanza el 52% del total frente a un 48% de mujeres. Esas diferencias deben interpretarse como un dato transitorio, dada la tendencia de los últimos años de una mayor presencia de la mujer en las aulas de las universidades y de su posterior acceso al mercado laboral.
Respecto a la formación, existe un elevado nivel académico entre los periodistas locales. Estos eligen, sobre todo, la formación universitaria que se imparte en las Facultades específicas, elección que está impulsada por la existencia y el crecimiento de los centros de estudios sobre Comunicación. Pero, a pesar de ello, hay que reconocer que el título de periodismo no es un requisito imprescindible para acceder a la profesión: se ejerce con otros títulos o sin ninguno. En Castilla y León, por ejemplo, hay un 14% de periodistas en ejercicio que no tiene ninguna licenciatura y de ellos el 8% está entre los más jóvenes. Una situación parecida a la que se produce en la mayoría de las comunidades autónomas. No obstante, a pesar de la elevada formación universitaria que tienen incluso por encima de sus colegas británicos y alemanes, no han alcanzado altas cotas de profesionalización. Es un hecho reconocido por numerosos investigadores, entre ellos Hallin y Mancini (2004), quienes al comparar los modelos de periodismo en los distintos países de la Europa Mediterránea reconocen que en España la mayoría de los periodistas son licenciados universitarios pero no por ello más profesionales.
La autonomía periodística y sus rutinas
El periodismo de provincias campa a sus anchas cuando nos referimos al compromiso o el deber que comporta acometer las funciones propias de la profesión o la obligación de satisfacer cualquier error o mala práctica. Y lo hace por varias causas. No existen sistemas que controlen y exijan la responsabilidad del periodista; hay, desde luego, una afortunada excepción en Cataluña, que es la única comunidad en toda la Europa Meridional que cuenta con el Consell de la Informació de Catalunya, instituido en 1996 como cuerpo de autorregulación, sobre el modelo de la Press Complaints Commissión británica. La ausencia de ese tipo de instituciones refleja la falta de consenso en numerosos aspectos, entre ellos, el acceso a la profesión o un control y vigilancia sobre los contenidos que se publican, o sobre unos mínimos éticos.
Es sorprendente, `por ejemplo, cómo los periodistas locales reconocen que son líderes de opinión pero después no se consideran a sí mismos como tales. Quizá de este modo se eximen de la cuota de responsabilidad que les correspondería. Por otra parte, están habituados a depositar la responsabilidad de las informaciones en las propias fuentes que son, al fin y al cabo, quienes ofrecen los hechos y las interpretaciones. El periodista local confía en la objetividad del método que emplea, es decir, trasladar a sus públicos fielmente lo que “otros” le dicen, lo que no significa que las informaciones sean rigurosas.
Generalmente los periodistas se muestran satisfechos con el grado de libertad que tienen para realizar su trabajo; la valoración tiene sentido cuando hay un sistema legal que salvaguarda la libertad de expresión. No obstante, a pesar de sus impresiones y satisfacción reconocen que en el periodismo local se reciben muchas presiones; y se reciben más procedentes del exterior que de sus propios medios. En el País Vasco el 24,3% de los periodistas considera que las presiones que reciben merman la libertad de expresión y es un problema del periodismo; el 52,4% reconoce haberlas recibido del poder político o de los poderes económicos. Incluso en este caso “el 68,1% de los periodistas vascos están convencidos de que las presiones que ellos reciben son superiores a las que afectan a informadores de otros lugares”. Seguramente esa percepción está justificada por el problema del terrorismo.
Sin embargo, en otras comunidades como en Castilla y León (con una realidad totalmente distinta), las percepciones de los periodistas son similares: reconocen que reciben presiones, aunque por otros motivos: por el caciquismo y la cercanía en las relaciones, ya que a veces periodista y fuente se conocen, incluso, en el terreno personal. Las relaciones personales que se establecen entre periodistas y quienes dirigen las instituciones locales en ese momento, marcan unos vaivenes de convivencia que, a veces, se representan a través de la complicidad y, en otras, a través del enfrentamiento.
A ello hay que sumar las relaciones socioeconómicas que mantienen medios e instituciones. Por un lado, los grupos mediáticos locales dependen de los gobiernos autónomos para las concesiones administrativas de las frecuencias de radio y televisiones locales; por otro, dependen de las inversiones que supone la publicidad institucional. Una cuestión polémica desde la base por la falta de transparencia que, en este sentido, define a las instituciones y también a los medios de comunicación.
Si una diputación o un ayuntamiento del mismo signo político generan grandes ingresos para determinados medios a través de la publicidad, es difícil pensar que mantengan relaciones enfrentadas. Ejemplos sobran al respecto. En abril de 2005, dos meses antes de las últimas elecciones municipales y autonómicas de Galicia, la Xunta firmó contratos con periódicos y emisoras de radio y televisión local para que dieran noticias sobre las actividades del gobierno autonómico. A través de esos contratos, los medios se comprometían a informar no sólo de la agenda del gobierno, sino también, de promocionar los valores y la defensa de la identidad gallega.
En Cataluña, el hundimiento del túnel del Carmel (Barcelona) pasará a la historia del periodismo español por las decisiones informativas que adoptó el Gobierno catalán. Prohibió la entrada de los periodistas en los hoteles donde habían sido alojados los vecinos, la Guardia Urbana impidió que entraran en una asamblea de afectados y, como colofón, reguló la información a través de un protocolo. Afortunadamente en este caso hubo protestas y quejas del Comité profesional de TV-3 y del sindicato de periodistas. Si esta situación se produce en otras autonomías las quejas hubiesen quedado entre corrillos. Porque en España y sobre todo en las comunidades autónomas las organizaciones profesionales son muy débiles y la sindicación muy escasa.
Los objetivos de la acción periodística
En la teoría liberal de los medios de comunicación ha sido siempre muy valorado el rol de vigilancia a los gobiernos e instituciones. Hallin y Mancini afirman que en los países del Mediterráneo el papel central del Estado ha limitado el rol de vigilancia que pueden acometer los medios de comunicación (Hallin y Mancini, 2004), hecho extensamente reconocido en los medios locales de España. En este caso, sin embargo, creemos que no sólo se debe al papel y a las presiones que ejercen los gobiernos locales. Los propios periodistas de provincias no contemplan la posibilidad de vigilar a sus gobernantes, entre otras cuestiones, porque ellos no tienen la pretensión de influir a través de sus relatos.
Se trata de una cuestión que parece sorprendente si consideramos que tradicionalmente los medios de comunicación, desde una perspectiva teórica y práctica, cumplen la función de informar, influir, formar y entretener. Es precisamente el entretenimiento la función que adquiere un mayor protagonismo en el periodismo de provincias; tanto como para situarlo en el lugar siguiente a la función de informar. Al menos, así se pone de relieve en la encuesta citada anteriormente a más de 700 periodistas locales de Castilla y León.
De tal forma que para los profesionales, los medios de comunicación de las provincias cumplen con la función de informar y de entretener, y en menor medida la de influir. Todo ello hace pensar en el inmediato declive de la información como servicio público. Y no sólo por los propios convencimientos de los periodistas sino también por sus propias rutinas de trabajo.
Tiene su lógica si consideramos que desde una perspectiva social, el entretenimiento pretende divertir y reducir tensión social; se consumen los medios para ocupar el tiempo libre; y éstos, a su vez, se justifican complaciendo a las audiencias. De hecho, los periodistas creen que sus públicos lo único que buscan en los medios locales es la información y el entretenimiento y que pocas veces desean encontrar un análisis de la actualidad más cercana.
Al margen de la función que se pretenda con la profesión, uno de los pilares del trabajo periodístico es el rigor. El proceso coherente sería el siguiente: conocer los hechos, entenderlos y contextualizarlos; seleccionar lo que se va a contar en función de criterios profesionales; adecuar el contenido a la propia estructura del medio y, por último, equilibrar la oferta con la demanda del público.
Para hacer estas tareas en la redacción de un medio local se acomete una rutina basada en lo siguiente: se revisan los distintos contenidos que ofrecen los medios de la competencia, se revisan los hechos previstos, es decir, los que proceden de la propia agenda del periodista y de las agendas de los líderes e instituciones políticas y sociales. A estos últimos se les hace el seguimiento a través de los gabinetes de prensa que dan cumplida cuenta, siempre que les interesa, de la actividad política, económica y social que necesitan que sea contada.
Por otra parte, están los hechos imprevistos, todo aquello que ocurre sin que se espere y que pone en evidencia la capacidad de reacción de los respectivos medios y de los propios periodistas. Para finalizar se establece el contacto con las fuentes y posteriormente se elaboran y construyen los contenidos.
En este engranaje interactúan otros dos elementos: la premura de tiempo y la escasez de personal. El primero de ellos, el tiempo, es común a toda la actividad del periodista, trabaje en el ámbito que sea. Es lógico si se considera que la noticia está condicionada por el “aquí” y el “ahora” y de ello es imposible desprenderse. Por tanto, es difícil esperar que en las informaciones que se publican se realice el análisis y la reflexión. Incluso, en algunos casos, dada la precariedad laboral del periodista, es difícil esperar que la información esté contrastada. En Vizcaya, por ejemplo, los profesionales reconocen que las segundas versiones de un acontecimiento se publican al día siguiente porque muchos de ellos cobran por pieza informativa publicada (Cantalapiedra, 1997). Es más, habitualmente el 40% de la jornada laboral se dedica a recoger información y el 30% a producir los textos. Ello supone que son pocos los momentos dedicados a documentarse, a buscar en archivo, a analizar y a interpretar la realidad que cuentan.
Lo que equivale a decir que la premura de tiempo en el trabajo periodístico condiciona incluso los propios contenidos. Los periodistas se nutren de los datos ofrecidos a través de ruedas de prensa y de comunicados, de toda aquella información que relatan las fuentes interesadas y las fuentes más inmediatas o de más fácil acceso.
Si al factor tiempo y a la precariedad de los salarios y de las contrataciones añadimos la escasez de personal que existe en numerosos medios, como hemos expuesto anteriormente (no es difícil encontrar redacciones formadas por una o dos personas, sobre todo en el ámbito audiovisual), podemos entonces entender que las rutinas profesionales están condicionando la elaboración de los mensajes convirtiéndolos en una mera transmisión de datos más que en información.
Entendemos por información la definición que de ella da Patrick Charaudeau, al entender que “consiste en que alguien que posee un cierto saber lo transmite, con la ayuda de cierto lenguaje, a alguien que, se supone no lo posee. Se produce por lo tanto un acto de transmisión que haría pasar al individuo social de un estado de ignorancia a un estado de saber, que lo sacaría de lo desconocido para sumergirlo en lo conocido” (Charaudeau, 2003: 37). Para desarrollar este proceso es necesaria la contextualización y la explicación del hecho, además de los datos que fundamentan el hecho. Es decir, saber implica conocer los datos, tener la explicación de los mismos y contextualizarlos en la realidad que se experimenta y que se pretende contar.
Las fuentes
Es importante que nos detengamos en cómo los periodistas seleccionan los contenidos y en las relaciones que mantienen con las fuentes de información en el ámbito local, en espacios sociales más reducidos.
Una de las grandes preocupaciones de los teóricos de la comunicación ha sido el proceso de selección de contenidos que acometen los periodistas en todas las redacciones y de forma continuada, por el temor a que la selección vaya unida a una banalización de la actualidad. Sin embargo, en el periodismo local la selección de los mensajes no tiene la misma consideración, ya que la realidad no corre el riesgo de simplificarse por un exceso de contenidos sino que se produce por una escasez de los mismos.
Los propios periodistas reconocen que son poquísimas las ocasiones en las que han de seleccionar los contenidos y, de hacerlo, la noticia se descarta si perjudica los intereses económicos del medio. También puede ocurrir que dada la estructura empresarial de los medios locales, no se alcance a controlar íntegramente lo que ocurre en toda la provincia; de tal forma que es más fácil publicar un hecho sin relevancia informativa, pero de fácil acceso, ocurrido en la capital, que un hecho que haya tenido lugar en uno de los pueblos.
Los manuales están repletos de las distintas tipologías de fuentes que existen en el mundo de la información y que utilizan los periodistas; sin embargo en la actividad periodística local debemos tener en cuenta que el número de fuentes es mucho más reducido, por tanto, es fácil que distintos periodistas de diferentes medios compartan las mismas fuentes de información. Si a ello le sumamos que la creencia más arraigada dentro de la profesión es que la credibilidad de una información viene determinada, en la mayoría de los casos, por la legitimidad de la fuente, estamos en condiciones de afirmar que los periodistas locales las comparten. De ahí que los contenidos tiendan a ser homogéneos en los medios y sea difícil abstraerse de los contenidos más tópicos.
Es más, habitualmente las fuentes son personas interesadas en que determinados hechos se conozcan. Los contenidos, por tanto, se dan a conocer a través de ruedas de prensa y de comunicados oficiales y, normalmente, quienes mayor capacidad tienen para convertirse en fuente son los organismos oficiales. De hecho, numerosos estudios de análisis de contenido ponen en evidencia el abuso que los medios locales y regionales hacen de las fuentes informativas gubernamentales. Por ejemplo, la mayoría de los periodistas de Castilla y León (75%) afirma que generalmente trabaja con comunicados o ruedas de prensa. En la misma línea se sitúa la información de Vizcaya, donde “un 35,3%, el porcentaje más alto, declaró que entre el 51 y el 75% de las fuentes de información a las que recurría habitualmente eran las institucionales” (Cantalapiedra, 1997). Y una situación similar se produce en Galicia donde se reconoce la dificultad existente “para mantener una línea informativa más equidistante de los distintos actores, sobre todo de los poderes públicos y de los principales grupos económicos” (López, 2000).
En conclusión, podemos afirmar que:
Los contenidos informativos en los medios locales proceden en su mayoría de fuentes interesadas y en buena proporción de las oficiales. La información ofrecida en rueda de prensa rara vez, salvo excepciones, es contrastada; si se contrasta se publica más tarde por lo que el público recibe el hecho de forma discontinua y fragmentada y ello dificulta la comprensión de la realidad.
La falta de tiempo y de recursos favorece que las informaciones estén sustentadas en los grupos sociales a los que pueden acceder más fácilmente.
Dominados por sus rutinas profesionales, los periodistas se convierten en un grupo profesional cómodo y en ocasiones débil ante el resto de los grupos sociales.
Es más difícil hacer un seguimiento adecuado de las acciones de los grupos sobre los que informan.
Y por último, se favorece el predominio del periodismo de declaraciones y a su vez se diluye la responsabilidad de los periodistas al elaborar los contenidos, porque son las fuentes públicas y reconocidas quienes ofrecen la información. De esta forma se desdibuja la propia esencia de la actividad periodística, mientras se sustituye el debate público por el fortalecimiento de las perspectivas y valores de los grupos que forman la elite en la sociedad de cada provincia.
En resumen, si consideramos la información tal y como Charaudeau la entiende, concluimos que en el ámbito de las provincias el periodismo que se ejerce no informa, a pesar de que los propios profesionales estén convencidos de ello, es más bien un periodismo “de relleno”. No informa porque sus hábitos profesionales les impiden conocer qué es lo que ocurre en sus ámbitos más próximos, les impiden ver más allá de lo que las elites locales les transmiten. No tienen tiempo, ni recursos, ni disposición. Sus prácticas redundan en una cierta desidia ya que no conciben la información como una explicación de los datos y una profundización en los hechos que se relatan.
Abunda la literatura que otorga al periodista un papel de víctima que se mueve entre grandes fuerzas que le atan de pies y manos; pero en el modelo periodístico descrito y en un régimen de libertades cada uno elige el papel de víctima o de verdugo.
Ante el panorama que les acabo de describir, quizá me comprendan ahora mejor cuando decía al principio que debemos cambiar el pesimismo de la razón por el optimismo de la voluntad. Algunos datos no invitan precisamente al entusiasmo, por ello necesitamos confiar en que, como nada es estático, la situación se va a transformar. Si pensamos así abrimos una puerta a la esperanza. Porque es evidente
Como ciudadana, veo en el periodismo una de las pocas oportunidades que me permite reflexionar sobre un “nosotros” en cuanto comunidad —amplia o reducida—, con ideas, valores, normas y posibilidades de cambio social.
De hecho, cuando en un diálogo cara a cara compartimos hechos y noticias conocidas a través de los medios de comunicación se intercambian a la vez ideas y opiniones sobre lo que otros piensan, y ello supone un enriquecimiento.
Porque el periodismo es la actividad profesional que potencialmente tiene mayor capacidad para saber de “todo”, legitimada a través del valioso ejercicio de la libertad de expresión.
Es precisamente la información rigurosa y el conocimiento sobre las actuaciones de los poderes públicos y sociales locales lo que sitúa al ciudadano en disposición de actuar, y a hacerlo con mayor libertad.
No es extraño, por tanto, que pueda decirse que el periodismo es uno de los ejes centrales de la democracia.
Es posible que a estas alturas os haya sorprendido el título que he elegido para esta conferencia: Las mentiras y verdades del periodismo regional. ¿Cómo se construyen las mentiras dentro de la información? ¿Cómo se puede mentir haciendo un periodismo próximo y cercano que, se supone, favorece y ayuda al desarrollo de cualquier comunidad? O en realidad hablamos de ¿una prensa de segunda categoría y por lo tanto condenada al fracaso y catapultada por tanta dosis de globalización?
Os planteo estas interrogantes con la finalidad de poder dar una respuesta a lo largo de mi intervención. Pero os advierto, los datos y reflexiones que os voy a exponer no invitan precisamente al entusiasmo. Es más, invitan al pesimismo de la razón.
¿Por qué ejercemos el periodismo?
La tarea de periodista sólo se puede ejercer en un país que tenga libertades, donde las libertades se garanticen. Es decir, el periodismo es fruto de la democracia. Y se trata de una actividad que se realiza, primero conociendo, después contrastando y finalmente, contando. Y para ello se requiere tiempo. Conocer, no es algo fácil. Conocer lo que otro sabe con anterioridad no es una tarea rápida, sino que entraña una gran dificultad que es la de comprender.
Este proceso hay que aplicarlo ahora a la prensa regional.
¿Qué es la prensa regional?
A ¿qué nos referimos cuando hablamos de prensa local o regional?
Nos estamos refiriendo a un tipo de prensa, a medios de comunicación que tienen una cobertura limitada, cuyo ámbito de influencia se reduce a la provincia, o en todo caso, a la región en la que está ubicado el propio medio y cuyos contenidos, en su mayor parte, hacen referencia a cuestiones del entorno más próximo a sus públicos.
Por tanto, hablamos de una prensa diferente a la de ámbito nacional porque se dirige a públicos más reducidos, y un acceso a una cuota de mercado más pequeña. De ello se derivan menos ingresos y una influencia más reducida porque habitualmente está alejada de los verdaderos centros de poder.
La información regional, la próxima siempre interesará al ciudadano.
Lo expreso de una manera tajante, seguramente porque estoy convencida de lo que digo. Pero no soy la única.
MARCO TEÓRICO
Para poder entenderlo, vamos a centrarnos en la teoría que expone Giovanni Sartori sobre la formación de la opinión. Dice Sartori que el nexo entre opinión pública y democracia es constitutivo, es decir, la opinión pública es el fundamento sustantivo y operativo de la democracia.
En definitiva la opinión pública no es algo innato sino un conjunto de estados mentales difundidos que interactúan con flujos de información. La pregunta clave es: ¿cómo se forman las opiniones sobre la cosa pública? Los procesos de opinión suceden en orden, según tres modalidades: 1) un descenso en cascada de las elites. 2) una ebullición desde la base hacia arriba y 3) identificación con los grupos de referencia.
El modelo en cascada de las elites es un modelo de Kart Deutsch: en este modelo, los procesos de opinión se representan como el chorro de la cascada, cuyos altos son interrumpidos por embalses.
Los niveles de la cascada son cinco:
En lo alto está la fuente en la que circulan las ideas de las elites económicas y sociales,
seguida por aquella en la que se encuentran y chocan las elites políticas y de gobierno.
El tercer nivel está constituido por la red de comunicación masiva y, en buena medida, por el personal que transmite y difunde los mensajes.
Un cuarto nivel está dado por los líderes de opinión a nivel local, es decir, por aquel 5 o 10 por ciento de la población que verdaderamente se interesa en la política, que está atento a los mensajes de los medios y que es determinante en la formación de la opinión de los grupos con los que los líderes de opinión interactúan.
Todos ellos confluyen con el embalse del público, de la masa.
El punto central del modelo es la mezcla continúa.
En el interior de cada embalse, las opiniones y los intereses son discordantes y los canales de comunicación son múltiples. Cuando se afirma que en las democracias el público se forma una opinión propia de la cosa pública, no significa que el público hace todo por sí mismo y por sí solo. Sabemos que hay “influyentes e influidos”, que los procesos de opinión van de los primeros a los segundos, y que en el origen de las opiniones difundidas hay siempre pequeños núcleos de difusores.
El punto es que la difusión de las influencias formadoras de opinión no es casual ni lineal. Partimos del nivel de la clase política; no porque ésta sea la primera y verdadera fragua de opiniones, sino porque la opinión pública se caracteriza como tal (recordémoslo) en relación con lo que dicen y hacen los políticos.
De la multiplicidad de partidos, y todavía más del conflicto interpartidista, surgen, entonces, innumerables voces contradictorias que llegan, en primera instancia, al personal de los medios.
Este personal no las retransmite tal cual. Como mínimo, cada canal de comunicación establece qué constituye o no una noticia, cada canal selecciona, simplifica o tal vez distorsiona, ciertamente interpreta.
En el siguiente nivel, los líderes locales de opinión desempeñan un papel no menos decisivo, porque ellos sirven de filtro y también de prisma a la comunicación de masas: pueden reforzarla, retransmitiendo los mensajes capilarmente; pero también pueden desviarla o distorsionarla. Aquí, en este nivel precisamente, se sitúa la información regional y local.
¿Qué aportan los medios regionales? ¿Cómo es la información?
No es oro todo lo que reluce. La prensa regional no es la panacea. Los medios de comunicación que existen en las provincias, no han escapado a los condicionantes que han marcado el desarrollo y evolución de los medios nacionales. Comparten algunas de las tendencias ya consolidadas en el país, pero poseen otros elementos diferenciadores que sitúan el panorama mediático e informativo local en un estadio diferente.
Estamos en condiciones de afirmar que la mayoría de los medios locales actúan como verdaderas plataformas políticas, no tanto por las buenas relaciones que mantienen periodistas y políticos, que las tienen, como por pura supervivencia, hasta el punto de enmascarar los objetivos del periodismo entendido como una profesión imprescindible para el sistema democrático.
Si en dicho sistema los medios de comunicación se legitiman a través del derecho que posee el ciudadano a estar informado y a comprender el mundo en que vive, podríamos confiar mucho más en aquellos medios de información que nos ofrecen la visión del entorno más próximo por varias razones:
porque es más fácil conocer las ideas, valores y normas que mantiene el grupo social.
porque a través del periodismo local se podría fomentar mayor reflexión sobre las cuestiones sociales y acometer retos de progreso ya que poseen condiciones técnicas para constituirse en foros públicos.
y porque, en definitiva, se aborda con mayor facilidad lo que se conoce a priori en espacios más reducidos y cercanos.
Sin embargo, la realidad se empeña en demostrar lo contrario a estas expectativas.
Los contenidos
Sin que pueda parecer una disculpa, las rutinas profesionales de los periodistas y sus propias concepciones de la profesión se empeñan en demostrar que se ha dejado de ofrecer información y de hacer periodismo para realizar otra actividad más cercana a la propaganda, a la desinformación, al entretenimiento y al aviso de actividades y servicios
Existen dos características en los medios de comunicación de las provincias que condicionan la forma en la que se desempeña la actividad profesional:
la primera, que el periodismo local se desarrolla en empresas pequeñas, carentes de recursos, de capital humano y, frecuentemente, funcionan como delegaciones de los grandes grupos.
Las redacciones están compuestas por un escaso número de periodistas con distintos tipos de contratos y un abuso de los trabajadores eventuales, colaboradores y en prácticas (sobre todo en aquellas provincias donde existen facultades de Comunicación).
En la mayoría de las ocasiones los medios de comunicación mantienen una economía dependiente, basada en inversiones publicitarias e institucionales de los gobiernos locales y regionales.
La realidad se empeña, por tanto, en desmentir los elocuentes mensajes y la variedad de intenciones, sobre la pluralidad informativa y la importancia de lo local o regional y el fomento de la identidad de las provincias y regiones, dado que las políticas empresariales y la actitud de los periodistas derivan en serias consecuencias para la información y los mensajes que emiten y, a su vez, generan un determinado modelo de profesional y de periodismo:
Mientras se proyecta una imagen de desconfianza hacia los poderes públicos como seña de identidad del “buen periodismo” , la mayoría de las informaciones se sustentan en la información que los grupos políticos y económicos determinan. Mensajes alejados de la realidad social pero muy próximos a los intereses de las elites porque son las fuentes de acceso más fácil.
Conscientes de que la concentración empresarial siempre entraña un riesgo para el pluralismo, apremia en estos momentos un temor mayor: la falta de transparencia de los gobiernos locales en la concesión de subvenciones y ayudas a los medios de comunicación a través de la publicidad institucional. Un ocultismo que, desde las administraciones y desde los medios, parece aceptado; o, dicho de otro modo, una falta de transparencia porque ninguno lo hace público. Es fácil encontrar suplementos en los periódicos cuyo contenido está pagado por una administración concreta y realizado por los propios funcionarios pero que se muestra como información con idénticos formatos a los periodísticos.
Existe una homogeneidad y atonía de los contenidos expuestos como información.
Hay una alarmante concentración de fuentes informativas.
Estas consecuencias son claves para comprender la “ineficacia” de la información local actual, sobre todo en sociedades que pretenden conjugar lo global y lo local y en sociedades donde el proceso de construcción de identidades se ha hecho más complejo. Queda aún mucho camino por andar cuando partimos, en el ámbito local, de un modelo periodístico que poco o nada tiene que ver con la contribución al desarrollo social; más bien se trabaja un modelo que refuerza el rol de las elites que, a su vez, presionan a los medios y en el que el debate social brilla por su ausencia.
Los periodistas
Fijándonos en cómo trabajan los profesionales de la información local, cuáles son sus rutinas de trabajo, cuáles sus concepciones y objetivos profesionales y cómo se construye la opinión en las provincias, se puede definir el modelo de periodismo que desarrollan. El conjunto de los elementos que vamos a describir responde a un modelo de profesional neutro, orgánico y burocrático. Se muestra un alineamiento en la actividad periodística donde los contenidos informativos no se eligen tanto por criterios profesionales como por las agendas de los políticos.
Para sustentar esta afirmación nos basamos principalmente en una investigación realizada sobre los profesionales de Castilla y León; en concreto sobre los periodistas que elaboran diariamente contenidos de información general en los medios de comunicación de la región: prensa, radio y televisión. Han quedado excluidos aquellos medios con intereses diferentes a los comerciales y cuyos contenidos difieren de la información general (periódicos gratuitos, revistas especializadas y comarcales, emisoras de radio con programación musical, anuarios, productoras de vídeo y audiovisuales, agencias de publicidad y gabinetes de prensa). La técnica de investigación que se ha empleado ha sido la encuesta. En Junio de 2003 el universo era de 764 profesionales elaborando información local y cargos de responsabilidad. Se contestaron y analizaron 538 cuestionarios, lo que equivale a una tasa de respuesta del 70,4% (Tamarit, 2004)
Quiénes son?
La información está en manos de personas jóvenes. En el año 1997, en un estudio realizado por un grupo de investigadores sobre la prensa de las autonomías, se refleja que las plantillas de redactores no sobrepasan los 33 años de edad. Estudios más recientes reflejan que la media de edad no ha variado a pesar de haber transcurrido ocho años. Si tomamos como ejemplo el País Vasco y una de las comunidades autónomas con mayor número de medios, Castilla y León, encontramos lo siguiente: en Castilla y León la mitad de la población periodística tiene menos de 30 años y en el País Vasco una media de 33 (Cantalapiedra, Coca, Bezunartea, 2000).
Respecto al sexo: queda un ligero dominio del sexo masculino que alcanza el 52% del total frente a un 48% de mujeres. Esas diferencias deben interpretarse como un dato transitorio, dada la tendencia de los últimos años de una mayor presencia de la mujer en las aulas de las universidades y de su posterior acceso al mercado laboral.
Respecto a la formación, existe un elevado nivel académico entre los periodistas locales. Estos eligen, sobre todo, la formación universitaria que se imparte en las Facultades específicas, elección que está impulsada por la existencia y el crecimiento de los centros de estudios sobre Comunicación. Pero, a pesar de ello, hay que reconocer que el título de periodismo no es un requisito imprescindible para acceder a la profesión: se ejerce con otros títulos o sin ninguno. En Castilla y León, por ejemplo, hay un 14% de periodistas en ejercicio que no tiene ninguna licenciatura y de ellos el 8% está entre los más jóvenes. Una situación parecida a la que se produce en la mayoría de las comunidades autónomas. No obstante, a pesar de la elevada formación universitaria que tienen incluso por encima de sus colegas británicos y alemanes, no han alcanzado altas cotas de profesionalización. Es un hecho reconocido por numerosos investigadores, entre ellos Hallin y Mancini (2004), quienes al comparar los modelos de periodismo en los distintos países de la Europa Mediterránea reconocen que en España la mayoría de los periodistas son licenciados universitarios pero no por ello más profesionales.
La autonomía periodística y sus rutinas
El periodismo de provincias campa a sus anchas cuando nos referimos al compromiso o el deber que comporta acometer las funciones propias de la profesión o la obligación de satisfacer cualquier error o mala práctica. Y lo hace por varias causas. No existen sistemas que controlen y exijan la responsabilidad del periodista; hay, desde luego, una afortunada excepción en Cataluña, que es la única comunidad en toda la Europa Meridional que cuenta con el Consell de la Informació de Catalunya, instituido en 1996 como cuerpo de autorregulación, sobre el modelo de la Press Complaints Commissión británica. La ausencia de ese tipo de instituciones refleja la falta de consenso en numerosos aspectos, entre ellos, el acceso a la profesión o un control y vigilancia sobre los contenidos que se publican, o sobre unos mínimos éticos.
Es sorprendente, `por ejemplo, cómo los periodistas locales reconocen que son líderes de opinión pero después no se consideran a sí mismos como tales. Quizá de este modo se eximen de la cuota de responsabilidad que les correspondería. Por otra parte, están habituados a depositar la responsabilidad de las informaciones en las propias fuentes que son, al fin y al cabo, quienes ofrecen los hechos y las interpretaciones. El periodista local confía en la objetividad del método que emplea, es decir, trasladar a sus públicos fielmente lo que “otros” le dicen, lo que no significa que las informaciones sean rigurosas.
Generalmente los periodistas se muestran satisfechos con el grado de libertad que tienen para realizar su trabajo; la valoración tiene sentido cuando hay un sistema legal que salvaguarda la libertad de expresión. No obstante, a pesar de sus impresiones y satisfacción reconocen que en el periodismo local se reciben muchas presiones; y se reciben más procedentes del exterior que de sus propios medios. En el País Vasco el 24,3% de los periodistas considera que las presiones que reciben merman la libertad de expresión y es un problema del periodismo; el 52,4% reconoce haberlas recibido del poder político o de los poderes económicos. Incluso en este caso “el 68,1% de los periodistas vascos están convencidos de que las presiones que ellos reciben son superiores a las que afectan a informadores de otros lugares”. Seguramente esa percepción está justificada por el problema del terrorismo.
Sin embargo, en otras comunidades como en Castilla y León (con una realidad totalmente distinta), las percepciones de los periodistas son similares: reconocen que reciben presiones, aunque por otros motivos: por el caciquismo y la cercanía en las relaciones, ya que a veces periodista y fuente se conocen, incluso, en el terreno personal. Las relaciones personales que se establecen entre periodistas y quienes dirigen las instituciones locales en ese momento, marcan unos vaivenes de convivencia que, a veces, se representan a través de la complicidad y, en otras, a través del enfrentamiento.
A ello hay que sumar las relaciones socioeconómicas que mantienen medios e instituciones. Por un lado, los grupos mediáticos locales dependen de los gobiernos autónomos para las concesiones administrativas de las frecuencias de radio y televisiones locales; por otro, dependen de las inversiones que supone la publicidad institucional. Una cuestión polémica desde la base por la falta de transparencia que, en este sentido, define a las instituciones y también a los medios de comunicación.
Si una diputación o un ayuntamiento del mismo signo político generan grandes ingresos para determinados medios a través de la publicidad, es difícil pensar que mantengan relaciones enfrentadas. Ejemplos sobran al respecto. En abril de 2005, dos meses antes de las últimas elecciones municipales y autonómicas de Galicia, la Xunta firmó contratos con periódicos y emisoras de radio y televisión local para que dieran noticias sobre las actividades del gobierno autonómico. A través de esos contratos, los medios se comprometían a informar no sólo de la agenda del gobierno, sino también, de promocionar los valores y la defensa de la identidad gallega.
En Cataluña, el hundimiento del túnel del Carmel (Barcelona) pasará a la historia del periodismo español por las decisiones informativas que adoptó el Gobierno catalán. Prohibió la entrada de los periodistas en los hoteles donde habían sido alojados los vecinos, la Guardia Urbana impidió que entraran en una asamblea de afectados y, como colofón, reguló la información a través de un protocolo. Afortunadamente en este caso hubo protestas y quejas del Comité profesional de TV-3 y del sindicato de periodistas. Si esta situación se produce en otras autonomías las quejas hubiesen quedado entre corrillos. Porque en España y sobre todo en las comunidades autónomas las organizaciones profesionales son muy débiles y la sindicación muy escasa.
Los objetivos de la acción periodística
En la teoría liberal de los medios de comunicación ha sido siempre muy valorado el rol de vigilancia a los gobiernos e instituciones. Hallin y Mancini afirman que en los países del Mediterráneo el papel central del Estado ha limitado el rol de vigilancia que pueden acometer los medios de comunicación (Hallin y Mancini, 2004), hecho extensamente reconocido en los medios locales de España. En este caso, sin embargo, creemos que no sólo se debe al papel y a las presiones que ejercen los gobiernos locales. Los propios periodistas de provincias no contemplan la posibilidad de vigilar a sus gobernantes, entre otras cuestiones, porque ellos no tienen la pretensión de influir a través de sus relatos.
Se trata de una cuestión que parece sorprendente si consideramos que tradicionalmente los medios de comunicación, desde una perspectiva teórica y práctica, cumplen la función de informar, influir, formar y entretener. Es precisamente el entretenimiento la función que adquiere un mayor protagonismo en el periodismo de provincias; tanto como para situarlo en el lugar siguiente a la función de informar. Al menos, así se pone de relieve en la encuesta citada anteriormente a más de 700 periodistas locales de Castilla y León.
De tal forma que para los profesionales, los medios de comunicación de las provincias cumplen con la función de informar y de entretener, y en menor medida la de influir. Todo ello hace pensar en el inmediato declive de la información como servicio público. Y no sólo por los propios convencimientos de los periodistas sino también por sus propias rutinas de trabajo.
Tiene su lógica si consideramos que desde una perspectiva social, el entretenimiento pretende divertir y reducir tensión social; se consumen los medios para ocupar el tiempo libre; y éstos, a su vez, se justifican complaciendo a las audiencias. De hecho, los periodistas creen que sus públicos lo único que buscan en los medios locales es la información y el entretenimiento y que pocas veces desean encontrar un análisis de la actualidad más cercana.
Al margen de la función que se pretenda con la profesión, uno de los pilares del trabajo periodístico es el rigor. El proceso coherente sería el siguiente: conocer los hechos, entenderlos y contextualizarlos; seleccionar lo que se va a contar en función de criterios profesionales; adecuar el contenido a la propia estructura del medio y, por último, equilibrar la oferta con la demanda del público.
Para hacer estas tareas en la redacción de un medio local se acomete una rutina basada en lo siguiente: se revisan los distintos contenidos que ofrecen los medios de la competencia, se revisan los hechos previstos, es decir, los que proceden de la propia agenda del periodista y de las agendas de los líderes e instituciones políticas y sociales. A estos últimos se les hace el seguimiento a través de los gabinetes de prensa que dan cumplida cuenta, siempre que les interesa, de la actividad política, económica y social que necesitan que sea contada.
Por otra parte, están los hechos imprevistos, todo aquello que ocurre sin que se espere y que pone en evidencia la capacidad de reacción de los respectivos medios y de los propios periodistas. Para finalizar se establece el contacto con las fuentes y posteriormente se elaboran y construyen los contenidos.
En este engranaje interactúan otros dos elementos: la premura de tiempo y la escasez de personal. El primero de ellos, el tiempo, es común a toda la actividad del periodista, trabaje en el ámbito que sea. Es lógico si se considera que la noticia está condicionada por el “aquí” y el “ahora” y de ello es imposible desprenderse. Por tanto, es difícil esperar que en las informaciones que se publican se realice el análisis y la reflexión. Incluso, en algunos casos, dada la precariedad laboral del periodista, es difícil esperar que la información esté contrastada. En Vizcaya, por ejemplo, los profesionales reconocen que las segundas versiones de un acontecimiento se publican al día siguiente porque muchos de ellos cobran por pieza informativa publicada (Cantalapiedra, 1997). Es más, habitualmente el 40% de la jornada laboral se dedica a recoger información y el 30% a producir los textos. Ello supone que son pocos los momentos dedicados a documentarse, a buscar en archivo, a analizar y a interpretar la realidad que cuentan.
Lo que equivale a decir que la premura de tiempo en el trabajo periodístico condiciona incluso los propios contenidos. Los periodistas se nutren de los datos ofrecidos a través de ruedas de prensa y de comunicados, de toda aquella información que relatan las fuentes interesadas y las fuentes más inmediatas o de más fácil acceso.
Si al factor tiempo y a la precariedad de los salarios y de las contrataciones añadimos la escasez de personal que existe en numerosos medios, como hemos expuesto anteriormente (no es difícil encontrar redacciones formadas por una o dos personas, sobre todo en el ámbito audiovisual), podemos entonces entender que las rutinas profesionales están condicionando la elaboración de los mensajes convirtiéndolos en una mera transmisión de datos más que en información.
Entendemos por información la definición que de ella da Patrick Charaudeau, al entender que “consiste en que alguien que posee un cierto saber lo transmite, con la ayuda de cierto lenguaje, a alguien que, se supone no lo posee. Se produce por lo tanto un acto de transmisión que haría pasar al individuo social de un estado de ignorancia a un estado de saber, que lo sacaría de lo desconocido para sumergirlo en lo conocido” (Charaudeau, 2003: 37). Para desarrollar este proceso es necesaria la contextualización y la explicación del hecho, además de los datos que fundamentan el hecho. Es decir, saber implica conocer los datos, tener la explicación de los mismos y contextualizarlos en la realidad que se experimenta y que se pretende contar.
Las fuentes
Es importante que nos detengamos en cómo los periodistas seleccionan los contenidos y en las relaciones que mantienen con las fuentes de información en el ámbito local, en espacios sociales más reducidos.
Una de las grandes preocupaciones de los teóricos de la comunicación ha sido el proceso de selección de contenidos que acometen los periodistas en todas las redacciones y de forma continuada, por el temor a que la selección vaya unida a una banalización de la actualidad. Sin embargo, en el periodismo local la selección de los mensajes no tiene la misma consideración, ya que la realidad no corre el riesgo de simplificarse por un exceso de contenidos sino que se produce por una escasez de los mismos.
Los propios periodistas reconocen que son poquísimas las ocasiones en las que han de seleccionar los contenidos y, de hacerlo, la noticia se descarta si perjudica los intereses económicos del medio. También puede ocurrir que dada la estructura empresarial de los medios locales, no se alcance a controlar íntegramente lo que ocurre en toda la provincia; de tal forma que es más fácil publicar un hecho sin relevancia informativa, pero de fácil acceso, ocurrido en la capital, que un hecho que haya tenido lugar en uno de los pueblos.
Los manuales están repletos de las distintas tipologías de fuentes que existen en el mundo de la información y que utilizan los periodistas; sin embargo en la actividad periodística local debemos tener en cuenta que el número de fuentes es mucho más reducido, por tanto, es fácil que distintos periodistas de diferentes medios compartan las mismas fuentes de información. Si a ello le sumamos que la creencia más arraigada dentro de la profesión es que la credibilidad de una información viene determinada, en la mayoría de los casos, por la legitimidad de la fuente, estamos en condiciones de afirmar que los periodistas locales las comparten. De ahí que los contenidos tiendan a ser homogéneos en los medios y sea difícil abstraerse de los contenidos más tópicos.
Es más, habitualmente las fuentes son personas interesadas en que determinados hechos se conozcan. Los contenidos, por tanto, se dan a conocer a través de ruedas de prensa y de comunicados oficiales y, normalmente, quienes mayor capacidad tienen para convertirse en fuente son los organismos oficiales. De hecho, numerosos estudios de análisis de contenido ponen en evidencia el abuso que los medios locales y regionales hacen de las fuentes informativas gubernamentales. Por ejemplo, la mayoría de los periodistas de Castilla y León (75%) afirma que generalmente trabaja con comunicados o ruedas de prensa. En la misma línea se sitúa la información de Vizcaya, donde “un 35,3%, el porcentaje más alto, declaró que entre el 51 y el 75% de las fuentes de información a las que recurría habitualmente eran las institucionales” (Cantalapiedra, 1997). Y una situación similar se produce en Galicia donde se reconoce la dificultad existente “para mantener una línea informativa más equidistante de los distintos actores, sobre todo de los poderes públicos y de los principales grupos económicos” (López, 2000).
En conclusión, podemos afirmar que:
Los contenidos informativos en los medios locales proceden en su mayoría de fuentes interesadas y en buena proporción de las oficiales. La información ofrecida en rueda de prensa rara vez, salvo excepciones, es contrastada; si se contrasta se publica más tarde por lo que el público recibe el hecho de forma discontinua y fragmentada y ello dificulta la comprensión de la realidad.
La falta de tiempo y de recursos favorece que las informaciones estén sustentadas en los grupos sociales a los que pueden acceder más fácilmente.
Dominados por sus rutinas profesionales, los periodistas se convierten en un grupo profesional cómodo y en ocasiones débil ante el resto de los grupos sociales.
Es más difícil hacer un seguimiento adecuado de las acciones de los grupos sobre los que informan.
Y por último, se favorece el predominio del periodismo de declaraciones y a su vez se diluye la responsabilidad de los periodistas al elaborar los contenidos, porque son las fuentes públicas y reconocidas quienes ofrecen la información. De esta forma se desdibuja la propia esencia de la actividad periodística, mientras se sustituye el debate público por el fortalecimiento de las perspectivas y valores de los grupos que forman la elite en la sociedad de cada provincia.
En resumen, si consideramos la información tal y como Charaudeau la entiende, concluimos que en el ámbito de las provincias el periodismo que se ejerce no informa, a pesar de que los propios profesionales estén convencidos de ello, es más bien un periodismo “de relleno”. No informa porque sus hábitos profesionales les impiden conocer qué es lo que ocurre en sus ámbitos más próximos, les impiden ver más allá de lo que las elites locales les transmiten. No tienen tiempo, ni recursos, ni disposición. Sus prácticas redundan en una cierta desidia ya que no conciben la información como una explicación de los datos y una profundización en los hechos que se relatan.
Abunda la literatura que otorga al periodista un papel de víctima que se mueve entre grandes fuerzas que le atan de pies y manos; pero en el modelo periodístico descrito y en un régimen de libertades cada uno elige el papel de víctima o de verdugo.
Ante el panorama que les acabo de describir, quizá me comprendan ahora mejor cuando decía al principio que debemos cambiar el pesimismo de la razón por el optimismo de la voluntad. Algunos datos no invitan precisamente al entusiasmo, por ello necesitamos confiar en que, como nada es estático, la situación se va a transformar. Si pensamos así abrimos una puerta a la esperanza. Porque es evidente
Como ciudadana, veo en el periodismo una de las pocas oportunidades que me permite reflexionar sobre un “nosotros” en cuanto comunidad —amplia o reducida—, con ideas, valores, normas y posibilidades de cambio social.
De hecho, cuando en un diálogo cara a cara compartimos hechos y noticias conocidas a través de los medios de comunicación se intercambian a la vez ideas y opiniones sobre lo que otros piensan, y ello supone un enriquecimiento.
Porque el periodismo es la actividad profesional que potencialmente tiene mayor capacidad para saber de “todo”, legitimada a través del valioso ejercicio de la libertad de expresión.
Es precisamente la información rigurosa y el conocimiento sobre las actuaciones de los poderes públicos y sociales locales lo que sitúa al ciudadano en disposición de actuar, y a hacerlo con mayor libertad.
No es extraño, por tanto, que pueda decirse que el periodismo es uno de los ejes centrales de la democracia.
Quiero sustituir el pesimismo de la razón por el optimismo de la voluntad porque no quiero dejar de creer en el periodismo como una herramienta más al servicio de la dignidad humana.
Texto: Prof. Doutora Ana Tamarit Rodríguez
Foto: Patrícia Almeida
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